El 1 de noviembre de 1755, hacia las 9.40 horas, un violento terremoto sacudió la ciudad, destruyendo la mayor parte de sus edificios, calles y plazas. Un tsunami siguió al seísmo, entre 60 y 90 minutos después del temblor, con olas de unos 5 m de altura procedentes del Tajo que inundaron las orillas de la ciudad, aproximadamente donde hoy se encuentra el Arco da Rua Augusta. Al mismo tiempo, se propagaron los incendios, provocados por las estufas de las casas y los candelabros de las iglesias, pero también por delincuentes que aprovecharon la ocasión para saquear palacios e iglesias. D. José I y su familia sobrevivieron al terremoto porque las princesas quisieron pasar el día festivo en su residencia campestre, el palacio real de Belém. La zona de Belém, considerada en la época una de las afueras de la ciudad, estaba poblada sólo por palacios y granjas, por lo que el efecto del terremoto no fue tan devastador como en la ciudad.
Estudiado poco después de su ocurrencia por innumerables científicos sociales, fue Kant quien dio a la discusión un enfoque más científico, tratando de explicar el terremoto por implosiones subterráneas, que ocurrirían sobre todo en lugares cercanos a ríos o al mar, que se llenan de agua, como fue el caso de Lisboa. Han pasado más de 265 años desde aquel fatídico día, y muchos se han dedicado posteriormente a estudiar el gran terremoto de Lisboa, tratando de descubrir su origen más probable y el impacto real que tuvo en Lisboa y en el resto del mundo.