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Presencia de la Iglesia católica

La religión en el Portugal del siglo xviii era muy importante. Había una gran cantidad de conventos y monasterios en la ciudad y sus alrededores (en torno a 78): franciscanos, jesuitas, carmelitas, dominicos y muchas otras órdenes podían ser reconocidos en las calles de Lisboa por el color y el estilo de sus hábitos.   

Los hábitos religiosos tenían distintos significados para las órdenes religiosas. Reflejaban su espiritualidad y formas de vida, pero a menudo reflejaban también su situación económica. Los miembros de las distintas corrientes de la orden franciscana tomaban votos de pobreza, de modo que sus hábitos grises o marrones estaban confeccionados con los tejidos más baratos y ordinarios. En cambio, otras órdenes, como era el caso de algunos dominicos, podían permitirse vestir capas negras, utilizando el tinte más inusual y costoso.  

Además de la devoción espiritual y la preocupación por la moral y el comportamiento públicos, la Iglesia católica representaba una extensa red de ayuda a los pobres y los enfermos. Se trataba de una amplísima red de instituciones (de oración, asistencia, servicio litúrgico, atención sanitaria e incluso control sobre la posesión e impresión de libros, con prisión y poder judicial: la Inquisición). La Iglesia regulaba los ritmos de la vida pública, organizando las ceremonias del calendario litúrgico y las procesiones, muy concurridas por el pueblo, en las que ocupaban un lugar destacado los grupos de artesanos y las autoridades civiles. La Iglesia también regulaba los tiempos de la vida biológica, acompañando a los lisboetas y velando por ellos, desde su nacimiento hasta su muerte.  

Los portugueses eran fervientes católicos, y muchos de ellos persuadían a sus hijos para hacerse monjes y monjas. Además de consuelo espiritual, las familias aristocráticas querían afianzar su influencia en la sociedad y, para ello, utilizaban a la Iglesia. También era una manera de que muchos jóvenes aseguraran su futuro, ya que solo los primogénitos heredaban de sus padres. Para las familias pobres, era sobre todo una estrategia de supervivencia. Sin embargo, en el interior de los conventos, se mantenían, en gran medida, las jerarquías sociales del exterior: los pobres realizaban los trabajos más duros y los ricos llevaban un estilo de vida más sosegado.  

Más allá del trabajo diario, a menudo los conventos eran centros de intensa interacción social y cultural, con música, teatro y lecturas abiertos a un público selecto. Esto hacía la vida religiosa aún más atractiva para los novicios.   

Sin embargo, el creciente número de novicios era motivo de preocupación. El exceso de frailes y monjas había sido comentado en Portugal desde el siglo xvii. Los ministros del rey, interesados en la economía del reino, se desesperaban por la cantidad de personas que eran apartadas del trabajo productivo en favor de una vida de contemplación.  

Además de la antiquísima tradición de trabajo agrícola, algunas de las órdenes religiosas elaboraban diversos productos para vender a fin de garantizar su sustento económico. Los aristócratas disfrutaban visitando monasterios y conventos para comprar sus productos y tener la oportunidad de hablar con las monjas. Durante las visitas a los conventos, algunos aristócratas y monjas coqueteaban entre ellos. Dado que ocurrían embarazos no deseados, esta interacción tan buscada, estaba bajo constante vigilancia, tanto por parte del rey como de las autoridades eclesiásticas.  

Pero las órdenes religiosas y las autoridades eclesiásticas fueron decisivas en las labores de socorro del terremoto. En medio del polvo, los clérigos bautizaban a niños moribundos, prestaban ayuda espiritual a las víctimas y existen varios testimonios de frailes que salvaron a hombres y mujeres entre los escombros. Se improvisaron hospitales en los conventos de San Bento, Saúde y San Roque. Las órdenes más ricas movilizaron sus recursos y solo la Compañía de Jesús albergó a más de 300 personas. Los conventos abrieron sus puertas para recibir a los heridos y a los pobres. También generaron cierta preocupación, sobre todo la multitud de monjas, jóvenes y mujeres desamparadas que la catástrofe arrojó a las calles: franciscanas, dominicas, clarisas, trinitarias, bernardas y carmelitas deambulaban por la ciudad desorientadas y pidiendo limosna. En cuanto a los frailes cuyos conventos fueron arrasados, estos organizaban procesiones y asistían a los supervivientes. Eran sobre todo los religiosos quienes atendían a los vivos y enterraban a los muertos.  

De todos los productos que se elaboraban en los monasterios y conventos, quizá los dulces de convento sean los más famosos. Las recetas, a menudo secretas, contenían casi siempre azúcar y huevos, y fueron evolucionando a partir del uso generalizado del azúcar en Portugal en el siglo xv. Con la extinción de las órdenes religiosas, la producción de estos dulces pasó a manos de algunas confiterías especializadas, que todavía hoy están abiertas al público.   

La lista de dulces es enorme, y sus nombres son casi tan deliciosos como los propios dulces. Algunos están vinculados a la vida cotidiana de las monjas y contienen referencias religiosas como "queijinho do céu" (quesito del cielo), "fatias de Santa Clara" (rebanadas de Santa Clara), "bolo do paraíso" (pastel del paraíso), "manjar celeste" (manjar celestial), "toucinho do céu" (tocino de cielo) o "papos de anjo" (papadas de ángel). Otras son muy divertidas y provocadoras, por decirlo de alguna manera, como "barriguinhas de freiras” (barriguitas de monjas), “maminhas de noviça” (tetitas de novicia), "beijos de freira” (besos de monja), “bolas de sacristão” (pelotas de sacristán) o "gargantas de freiras” (gargantas de monjas). En Quake estamos seguros de que estos descarados nombres aumentan el placer de comerlos...  

Franciscano: "Lamentación sobre el cuerpo de Cristo / San Francisco / San Antonio" (detalle), de Vasco Fernandes Cook, 1510-1530, pintura, Museo Nacional de Arte Antiguo (foto @ Alexandra Pessoa)
Dominico: "Virgen con manto y ángeles / Tríptico del Niño" (detalle), Maestro de Lourinhã (atribuido), 1515-1518, pintura, Museo Nacional de Arte Antiguo (foto @ José Pessoa)

Fundadas durante la Edad Media, las dos órdenes más importantes (franciscanos y dominicos) se distinguían por su relación con la pobreza y el estudio. Buscaban una renovación de la vida espiritual evitando la propiedad. Querían combatir las desviaciones y las herejías a través del despojamiento intelectual, aunque haya sido imposible evitar la creciente publicación de comentarios sobre los textos sagrados, el aumento de las bibliotecas y la especulación metafísica. Pero los hábitos, como vemos en el grabado, reflejaban esta cultura del despojamiento, como el burel de los jardineros y los campesinos pobres en el caso de los franciscanos, o las cuatro prendas de vestir simples de los dominicos, únicamente tejidas en blanco y negro. La mayoría de las órdenes crecerían al abrigo de la familia real y de los principales aristócratas de la Corte, multiplicándose en diferentes carismas e institutos: agustinos, cistercienses, benedictinos, cartujos, jesuitas, carmelitas, teatinos, paulistas, crucíferos, trinitarios y oratorianos. En el siglo xviii, algunos de estos conventos se convirtieron en potentados agrícolas o centros de conocimiento, con ricas bibliotecas, suntuosas escuelas e iglesias, siendo dueños de algunas de las mayores propiedades del reino. Los conventos dominaron los paisajes urbanos, incluida Lisboa, y crearon máquinas administrativas de gran importancia, como el desarrollo de la contabilidad o la construcción de cercas, jardines, huertas y vergeles que aún hoy demarcan las ciudades de Portugal.

"Dos monjas", autor desconocido. Portugal, Lisboa (1775-1810), Museo Nacional de Arte Antiguo (foto @ José Pessoa)

Las órdenes religiosas encerraban muchas contradicciones. Por un lado, la acumulación de libros, manuscritos, pintura y objetos artísticos, la práctica de la poesía, el comentario erudito y una promoción de las capacidades de las mujeres, ya sea en el gobierno de monasterios, conventos y abadías o en la expresión de formas de convivencia, la música, la declamación de la poesía o el canto litúrgico. Por otro lado, tenía lugar un creciente distanciamiento de la vida política y social del reino, con acusaciones de ociosidad y represión sexual. El número de monjas era muy elevado e impresionaba a los viajantes. A fines del siglo xviii, se contaban al menos 125 casas religiosas, siendo dominicas (17) y franciscanas (57) las órdenes con mayor número de conventos. Pero también había agustinas (calzadas y descalzas), benedictinas, bernardas, clarisas, brígidas, carmelitas (calzadas y descalzas), jerónimas, ursulinas, anunciadas, salesianas y las órdenes terceras. No todas estas monjas llevaban una vida recluida, aunque muchas destruyesen sus mentes y sus cuerpos en ascesis mística, dejando tras de sí una leyenda de santidad. Además de las que se habían involucrado en un movimiento de connotaciones casi subversivas, que en encuentros amorosos recibían a aristócratas, juristas, poetas y oficiales del ejército, muchas otras colaboraban activamente en la vida de las ciudades, enseñando, escribiendo manuales de devoción, haciendo crítica literaria e influyendo en la política de la Corte.

LUGARES PARA VISITAR

BIBLIOGRAFÍA

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