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Es natural que los esclavizados fueran sensibles a la pregunta sobre la destrucción de los edificios, ya que era común trabajar en su construcción. Muchas de las mujeres esclavizadas, habituadas al esfuerzo físico y al trabajo en malas condiciones, desempeñaron un papel decisivo en el terremoto y fueron testigos fundamentales de la catástrofe, aunque su voz no conste en las numerosas fuentes escritas sobre el asunto. Fueron las mujeres esclavizadas las que vertieron cal, brea y alquitrán sobre los cadáveres para evitar epidemias. Ayudaron a transportar un gran número de enfermos y heridos. Y fueron, en gran parte, las mujeres esclavizadas, a partir de las lonas guardadas en los almacenes reales y de las velas de tela de los navíos de Ribeira das Naus, las que contribuyeron de manera decisiva a la construcción de las numerosas tiendas, usadas para albergar a las víctimas del terremoto de 1755. Los contemporáneos registraron alrededor de 9.000 barracas levantadas después del gran desastre, y es muy probable que la mayoría de estas barracas hayan sido construidas por los esclavizados.
En verdad, la esclavitud marcó profundamente la ciudad de Lisboa en el siglo xviii. Era fácil encontrarse anuncios u ofertas públicas sobre la venta de personas esclavizadas. El periódico más leído, la Gazeta de Lisboa, en uno de los números de 1727, anunciaba la venta de una mujer, indicando su origen, características y el lugar de la venta. Algunos esclavizados eran considerados bozales, una descripción aplicada a los recién llegados de África. El término "bozal" marcaba la ausencia de las costumbres de la civilización europea, lo que empujaba a estos hombres y mujeres a una existencia marginal e inhumana, generalmente en trabajos muy pesados o peligrosos, como la limpieza de las calles o llevar la basura a los vertederos.
Por otro lado, había esclavizados ya familiarizados con las costumbres del reino y la lengua portuguesa, que sabían leer o formados en profesiones, ya fuesen cocineros, carpinteros, escultores o músicos. Pero esta ligera movilidad social tenía lugar principalmente en términos de subsistencia o capacidad de rendimiento, puesto que en términos legales los esclavizados dependían de sus señores para casarse, adquirir bienes o viajar. Por lo demás, era común que los señores dieran cierta libertad de empleo a los esclavizados, pudiendo estos desarrollar un pequeño comercio, ya fuese en las tiendas de Rossio, en las diversas plazas de la ciudad o en Ribeira, devolviendo una parte de los ingresos a los señores y guardando para sí una parte de las ganancias. Los señores también alquilaban el trabajo de estas personas esclavizadas a jornal, en la construcción de edificios o en cualquier trabajo duro o más sofisticado.
Muchos esclavizados servían en palacios de aristócratas o en las casas de mercaderes. Las esclavizadas más próximas a las señoras de estatus elevado, se beneficiaban de una vida más cómoda, en una época en que el paternalismo de los señores acababa por hacer de los criados y los esclavizados una familia, y donde las relaciones familiares se confundían a veces con la esclavitud. Sin embargo, incluso cuando los esclavizados recuperaban su libertad, podían enfrentarse a problemas de ostracismo, como fue el caso de un famoso confitero en Lisboa de origen africano, pero de una familia residente en el reino hacía varias generaciones, lo que no le impidió ser perseguido por otros confiteros, pese a la protección de un tribunal de la ciudad obtenida poco tiempo después. Por eso las personas de estatus elevado preferían tener esclavizados como criados, pues estos ya eran más dependientes y estaban más sometidos por la ley y la costumbre. Muchos esclavizados vivían bajo el terror de ser enviados a las minas de Brasil, donde la esperanza de vida era de 7 años y las condiciones eran pésimas, pero donde la demanda era muy alta durante casi todo el siglo xviii, pues se compraban fácilmente con deuda contraída mediante el rendimiento futuro del oro. Muchas veces, los señores alimentaban mal a estos hombres y mujeres esclavizados, y les prohibían vestir ropa de seda para reivindicar las diferencias de estatus social.
EN LA SALA DOS CONTOS
Mujer esclavizada vendida a través de un anuncio publicado en la Gazeta de Lisboa, un boletín de noticias locales. Ella lo cuenta:
- Nací en Cacheu, me separaron de mi familia y me trajeron a Lisboa. Mi ama es la esposa de un rico comerciante. Tengo la suerte de no haber sido enviada a las minas de Brasil, así que mi señora disfruta recordándome lo “afortunada” que soy. La gente que trabaja en las minas muere trabajando. El cura me dio un nombre diferente y me dijo que olvidara el mío. Comencé en la cocina con las otras muchachas. Cada mañana, llevamos el agua sucia al río. Las calles están sucias, malolientes y frías, pero cantamos todo el camino para calentarnos el cuerpo y el alma.
- Yo vendo comida en las calles de la ciudad. En algunas ocasiones, me pagan por limpiar y pintar casas con cal. Debo darle a mi ama una parte de lo que gano, pero me quedo con el resto para comprar ropa y comida. El día del terremoto, veía a gente huir desesperada, ignorando a los muertos y heridos que agonizaban en las calles. Mucha gente corrió a las partes más altas de la ciudad, trepando por los montones de ruinas.
- En los días posteriores al terremoto, nos ayudábamos unos a otros: amos y esclavizados, amigos y enemigos, así como cualquiera que hubiera sobrevivido. ¡Había tanta muerte a nuestro alrededor! Pero poco después, a los esclavizados se les ordenó verter cal, brea y alquitrán sobre los cadáveres para evitar epidemias. Fue un trabajo brutal. También cogimos lonas de los almacenes reales y velas de los barcos para hacer tiendas que protegieran de la lluvia a los supervivientes. Levantamos más de 9.000 tiendas, pero aun así no fue suficiente para todos los desamparados que había en las plazas y en las puertas de los conventos.
La legislación que trata la desgravación de los impuestos sobre el pescado, decretada por Sebastião José de Carvalho e Melo en los días inmediatamente posteriores a la catástrofe, favoreció ciertamente la venta de productos del mar y el pequeño comercio del pescado frito. Con las carreteras intransitables, recurrir al mar fue vital para evitar la tragedia de la hambruna en los días siguientes al terremoto. Las mujeres negras que vivían de este pequeño comercio desempeñaron aquí un papel decisivo que la historiografía aún no ha rescatado del pasado, a pesar de los signos evidentes.
Todos los días, mujeres esclavizadas llevaban la basura y el agua sucia hasta las playas de Alfama, Ribeira y Boa Vista - se llamaban “calhandreiras” por las grandes y altas ollas de cerámica que llevaban, el "calhandro". Este duro y agotador trabajo era esencial para el control de las enfermedades epidemiológicas, ya que Lisboa no tenía sistema de alcantarillado.
"Una criada negra, probablemente forra, acompaña a su ama en su camino a la iglesia, asegurando su intangibilidad. Acompañar a los jefes en sus viajes era también una tarea común realizada por africanos, hombres y mujeres, dependientes y que vivían en el mismo espacio doméstico." in Mulheres Africanas: O Discurso das Imagens (Séculos XV-XXI), Isabel Castro Henriques.
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