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La conexión con los territorios colonizados

En 1755, Lisboa era una Babilonia de navíos y mercancías. Los diferentes territorios colonizados hacían llegar a las calles de Lisboa un asombroso sinfín de productos, pero seguía siendo la mano de obra esclava la que mantenía el imperio en marcha, ya que era la única capaz de producir las gigantescas cantidades de azúcar y oro, los dos productos que alimentaban todas las rutas comerciales de la época. De este modo, el comercio triangular de los siglos xvi y xvii (que conectaba Lisboa, Río de Janeiro y Angola) se convirtió en el siglo xviii en un sistema mucho más complicado, con travesías de escala, la famosa Ruta de la India (hacia Oriente) y las Flotas de oro (hacia Brasil), en un constante vaivén de mercancías. Las telas indias se intercambiaban por hombres y mujeres esclavizados en los puertos de la Costa del Oro (San Jorge de la Mina, actual Ghana), en Benguela y Luanda (Angola) o en la Isla de Santo Tomé. Estos esclavizados fueron enviados a Brasil para trabajar en las minas de oro y en las plantaciones de caña de azúcar. El marfil y el oro se traían del interior de Mozambique, en el corazón de África, para intercambiarlos en la India por telas, brazaletes y adornos funerarios. Así es como el circuito cobró vida propia, hasta quedar fuera del control de la Corona, traficando con gigantescas cantidades de contrabando.  

Este comercio producía una cantidad incalculable de negocios, por lo que la Corona trató de controlar el proceso a través de las famosas Compañías. Pero resultaba difícil frenar los múltiples intercambios, sobre todo por los costes de patrullar los mares y seguir el ritmo del desarrollo tecnológico de los buques de guerra ingleses y holandeses.   

En Oriente, a pesar de ser acosados, los portugueses mantuvieron un gran número de antiguos puestos comerciales y fuertes, a veces en ruinas, desde la costa oriental de África hasta el mar de China. El portugués era la lengua de los negocios, pero también era sinónimo de pólvora y destrucción. Quedaban algunos territorios en las islas de Timor, de la Sonda y de Solor y, sobre todo, Goa, Damán y Diu, las antiguas joyas de una corona perdida. Los barcos zarpaban a Goa pocas veces al año, a veces ni siquiera una vez. Desde Diu, en el golfo de Cambia, llegaban alfombras, muebles con incrustaciones, mantas de algodón y otros productos de Persia. De Goa venían diamantes, rubíes, perlas, canela y pimienta. Con esa república de comerciantes, la ciudad de Macao, en el Imperio de China, los contactos fueron más intensos. Allí se compraban sedas y telas, porcelana, diversos tés, cobre y ámbar gris.  

Dada la complejidad de estas relaciones comerciales, los ministros del rey hablaban del imperio como un sistema de ejes y engranajes, y se desesperaban ante esta máquina incontrolable. Algunos entendían la riqueza como un producto de los márgenes de beneficio del comercio, otros deseaban aumentar la eficiencia de la agricultura, otros aún llamaban la atención sobre los costes de la trata de esclavizados, que algunas conciencias empezaban a penalizar.   

Sin embargo, en 1755 no había duda de que Brasil era el corazón del imperio y la riqueza del reino de Portugal. Además de enormes cantidades de oro, Brasil suministraba azúcar, palo brasil, cuero, tabaco, cacao, chocolate, diamantes y otras piedras preciosas, índigo y especias como la pimienta, el jengibre y una especie de nuez moscada con sabor a canela, mientras que el algodón del Amazonas se utilizaba para vestir a mujeres y hombres esclavizados. El propio nombre de Brasil deriva del primer producto del continente americano comercializado en masa por los portugueses, el pau-brasil (palo brasil), conocido por su tono anaranjado, similar a las brasas de carbón.  

Estas mercancías a veces no pasaban por Lisboa, pero el rey recibía impuestos por todos los productos que se comercializaban a lo largo de los extensos territorios colonizados. La amplia gama de productos que llegaban a Lisboa daba a la ciudad un aire seductor y oriental que aún hoy permanece. Los carruajes dorados y los suntuosos palacios, iglesias y conventos eran prueba de hasta qué punto se beneficiaron la ciudad y sus habitantes del impresionante flujo de mercancías. 

Mapa Mundi (1720), de Eusébio da Costa, cartógrafo - Museu da Marinha, Lisboa

Las cartas náuticas se convirtieron en una importante herramienta a disposición de los navegantes, que posibilitaba el conocimiento más riguroso de la posición correspondiente, gracias al desarrollo de las tablas astronómicas y los instrumentos de medición de los astros. Estas cartas no solo eran objetos de trabajo, sino también a veces objetos de propaganda que mostraban la influencia de los reinos sobre el mundo conocido. Este planisferio de 1720 sirve a las dos funciones: observa cómo se reconoce el mundo portugués de la época, y en cambio otros lugares menos explorados y menos importantes para Portugal aparecen de forma vaga.

“En 1755, Lisboa era una Babilonia de navíos y mercancías.” - Lisboa vista desde el Palacio del Marqués de Abrantes (siglo XVIII, 1ª mitad) - Óleo sobre lienzo, autor desconocido. Colecção do Museu de Lisboa /Câmara Municipal de Lisboa - EGEAC

LUGARES PARA VISITAR

BIBLIOGRAFÍA

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