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En Portugal, durante la primera mitad del siglo XVIII, la religión integraba casi todos los aspectos de la vida social. El paisaje urbano de Lisboa estaba repleto de iglesias, y el tiempo lo marcaban el repique de las campanas y las fiestas religiosas. Una de las mayores festividades públicas era la Procesión del Corpus Christi, que involucraba a todo el clero, y a las organizaciones profesionales y asistenciales de la ciudad. Más allá de los símbolos religiosos, la ciudad estaba tomada por un gran número de construcciones de madera, que representaban figuras mitológicas, banderas y grupos de músicos y bailarines. Otro momento importante era la celebración del Día de Todos los Santos, que incluía antiguas tradiciones, como la visita a los cementerios y las ofrendas de flores, así como las convicciones cristianas y católicas de la vida más allá de la muerte.
Sin embargo, la celebración de la misa en el siglo XVIII era muy diferente de la idea contemporánea de eucaristía o misa católica. La asamblea no tenía gran protagonismo. Litúrgicamente, el sacerdote era el centro de la celebración y establecía un vínculo, casi individual, con la divinidad, en representación del pueblo. Celebraba la misa de espaldas a los fieles, girado hacia el altar, pues hablaba con Dios en nombre de todos, mucho más de lo que celebraba en comunión con ellos. Es por eso que las iglesias se multiplicaron a lo largo del tiempo y, sobre todo, las iglesias de los conventos. Se celebraban muchas misas para el mismo día litúrgico, en diferentes lugares, sin la preocupación de concentrar a todos los parroquianos en un solo lugar.
Al igual que en muchos otros aspectos de la vida del siglo XVIII, la misa estaba mucho menos normalizada que hoy en día. Los misales romanos anticipaban las diferentes partes de la misa. Sin embargo, el espacio para las devociones personales e incluso pequeñas ceremonias, según la preferencia y espiritualidad de cada sacerdote, era muy amplio, de ahí el hecho de haber surgido un nuevo Pontificale Romanum (instrucciones para la liturgia católica romana) impreso en Roma en 1726 tratando de uniformizar la liturgia. Sin embargo, las tradiciones de cada congregación o devoción espiritual continuaron marcando la vida litúrgica durante todo el siglo XVIII.
La misa seguía el origen latino de los primeros siglos, en que el significado histórico de las diversas partes permanecía todavía muy vivo. La entrada, con su ostentoso cortejo, basado en las antiguas procesiones papales del Vaticano. La preparación del sacerdote, con su concentración ritual e introspección, repitiendo oraciones en latín en voz baja.
La colocación de las vestiduras sacerdotales, ya cerca del altar, de acuerdo con la metáfora de quien se reviste de un nuevo espíritu de pureza. Las oraciones al pie del altar, arrodillarse ante él y besarlo, que era la piedra que representa el propio sepulcro de Cristo, de acuerdo con las interpretaciones ofrecidas por los Padres de la Iglesia. Incensar el altar, la cruz y las reliquias, especialmente de los mártires, una devoción cada vez mayor durante los siglos XVI y XVII, que pregona toda la historia espiritual de los santos, modelos de fe. Y así sucesivamente para las diferentes partes, que culminan en la transubstanciación, el momento en que, por un misterio, según las palabras de los teólogos litúrgicos, el pan y el vino se transformaban en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, el fundador de la Iglesia, uniendo espiritualmente a todos los fieles.
El misal funcionaba como un guion con las diferentes partes del texto, recitadas por el sacerdote, de los gestos y ceremonias, con sugestiones de oraciones pronunciadas en un "murmullo gregoriano", sin retirar a la misa su espacio de devoción particular. El enorme interés de la gente por la imaginación espiritual, hacía de la misa del siglo XVIII un evento teatral. Lo que los historiadores han llamado el programa de dominio y disciplina de la población, era también un relato sobre el sentido del sufrimiento y de la muerte, una respuesta a las ambigüedades del destino que reúne los valores de la naturaleza: el trigo, las uvas y el pan, o símbolos míticos, como el cordero, la sangre derramada por los héroes mártires y la infinita riqueza de la maternidad, asociada a las muchachas jóvenes.
Toda la celebración era una puesta en escena de color, luz y sonido. Las espectaculares construcciones efímeras, hechas de madera, caros tejidos o figuras de yeso, supusieron la creación de profesiones especializadas en la decoración interior de las iglesias –como era el caso del armador, responsable de todos los decorados con tejidos, franjeados, cojines y cortinas. Del mismo modo, se formaban pequeñas orquestas en varias iglesias de la ciudad de Lisboa, siguiendo el ejemplo de la más imponente, la Iglesia Patriarcal, construida por D. Juan V, junto al Palacio Real, con sus famosos coros e instrumentistas, donde las celebraciones estaban muy influenciadas por la música italiana. También los ornamentos y todos los objetos litúrgicos eran artísticamente sofisticados. Por todo ello, la misa era uno de los lugares más importantes en la convivencia, en el fortalecimiento de los lazos sociales y en la difusión de ideas, sobre todo en los encuentros entre mujeres. Las misas y los sermones eran un espacio privilegiado muy frecuentado por muchas mujeres que huían de la reclusión, especialmente las mujeres de clase media, casadas con abogados, comerciantes o médicos. Intercambiaban impresiones sobre la vida cotidiana, desarrollando la crítica de las costumbres y reflexionando sobre su condición, como muestran los diferentes folletos sobre el tema, publicados a lo largo del siglo XVIII.
En la Puerta de la Iglesia, pintura de artista desconocido, segunda mitad del siglo XVIII, Fundación Ricardo do Espírito Santo Silva, Lisboa.
El atrio de la iglesia era lugar de reunión donde se colgaban edictos o noticias importantes. En la puerta, una mujer pide limosna, y tal vez venda dulces o panecillos. Los trajes son cuidados, y destacan las mantillas de las mujeres y los calcetines de seda de los hombres. Una mujer esclavizada acompaña a su señora. Los hombres y las mujeres no intercambian impresiones y parecen circular de forma calculada, con distancias marcadas entre ambos sexos.
Casulla romana de raso, bordada en oro, ornamentada con una cruz - hecha en Génova. La casulla era la prenda que llevaba el sacerdote, sobre el alba (túnica blanca) y la estola (que se llevaba alrededor del cuello, cayendo sobre el pecho). De origen romano, tenía el significado de la túnica sacerdotal, tal como la llevaban los antiguos judíos cuando inmolaban los corderos pascuales, según la Ley de Moisés. Así, los eclesiásticos católicos debían llevar la casulla durante la misa. El blanco era el color que se utilizaba en los días festivos, como el Día de Todos los Santos. (Obsérvese la vestimenta del sacerdote, fotografiada en el centro: http://www.museudearteantiga.pt/exposicoes/anatomia-de-uma-pintura )
Dalmática ricamente bordada con motivos geométricos y florales. Vestimenta usada por los diáconos, basada en las antiguas prendas de lujo romanas.
Caligas (medias) en damasco, guantes pontificales en malla de seda bordada y muleos (zapatos) en damasco de seda, piel de cerdo y suela de cuero.
Pintura de 1511-1515 encomendada a un pintor de Brujas, Jan Provoost, por una pareja de mercaderes madeirenses enriquecidos por el comercio del azúcar. Destinada a una pequeña capilla frente al mar, es similar a muchas de las pinturas encomendadas para las iglesias de Lisboa, pero desaparecidas en el terremoto de 1755. En el centro está la Virgen con el hijo de Dios, que representa la misericordia. Vemos a S. Juan Evangelista y a tres mártires, S. Sebastián, S. Juan Bautista, y S. Cristobal, patrón de los viajantes, vinculado a Oriente y a la conversión de los pueblos de Asia Central.
- ¿Por qué este cuadro?
La iglesia de Quake se inspira en varias iglesias de Portugal, España y Brasil y, con cierta libertad artística, intenta recrear la iglesia de Nossa Senhora da Misericórdia de Lisboa, una iglesia que en 1755 ocupaba el lugar donde hoy se encuentra la iglesia de Nossa Senhora da Conceição Velha, en la Rua da Alfândega, en Lisboa. En su fachada, una de las mejores estructuras manuelinas que sobrevivieron al gran terremoto, aún se puede ver una escultura que representa a Nossa Senhora da Misericórdia, con su característico manto. Por eso se eligió este maravilloso tríptico para la decoración del interior de la iglesia, que se puede admirar en el Museu Nacional de Arte Antiga, en Lisboa.
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