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Entre los impactos más impresionantes del terremoto, cuestionados en el Inquérito o la Consulta, estaba la destrucción de importantes construcciones. Por lo tanto, a esta pregunta acerca de la ruina de los edificios más notables, responderían, encogidos de hombros, muchos de los que se habían visto liberados aquel día en plena calle, por encontrarse cautivos precisamente en el Palacio de la Inquisición, gravemente afectado por la catástrofe. Entre los casos más insólitos estaban los hombres pendientes de juicio por bigamia, un delito bastante frecuente a mediados del siglo xviii. Muchos artesanos intentaban huir de las limitaciones de la vida social, bien por deuda o matrimonio, viajando a Brasil, donde a menudo se casaban por segunda vez. Fue el caso de numerosos carpinteros, ya fuesen empleados en Ribeira das Naus u ocupados en los diversos servicios prestados a los propietarios de coches, carruajes o carrozas. Por otro lado, es probable que el grupo de presos de la Inquisición se confundiese con los muchos ladrones, que ese día intentaban recaudar joyas, piezas de metales preciosos o cruces de plata, invadiendo casas e iglesias, forzando puertas, buscando en las manos de mujeres inconscientes perlas, anillos o abanicos. Muchos de estos ladrones amputaron miembros de los muertos para apropiarse de las joyas, extendiendo una leyenda de terror.
Sin embargo, la mayoría de los presos de la Inquisición no eran ladrones de delito común. Al menos uno de los presos de la Inquisición, puesto en libertad de repente el 1 de noviembre de 1755, correspondía a la descripción de los carpinteros acusados de bigamia. Había sido condenado a galeras, de donde había huido, alegando serios problemas de salud y la mala asistencia de los responsables de la condena. Condenado por otros cinco años, terminó nuevamente arrestado, y luego liberado por la catástrofe. Al igual que otros supervivientes, deambuló por las ruinas, donde ciertamente constató el horror de los robos. Como respuesta a la ola de saqueos, se vivió un clima de represión violenta impuesta por el ministro Sebastião José, con ahorcamientos masivos (34 en las primeras semanas), en que los cuerpos permanecían colgados durante días como medida de intimidación, puesto que faltaban medios de vigilancia. En total fueron ahorcados 11 portugués, 10 castellanos, 5 irlandeses, 3 saboyanos, 1 polaco, 1 flamenco y 1 moro. Tal vez para evitar males mayores, el carpintero bígamo informó al Tribunal de la Inquisición, de que se encontraba en las calles de Lisboa "puesto en libertad involuntariamente" debido al terremoto. Muchos de estos prisioneros, nuevamente puestos entre rejas, se llevaron a limpiar los escombros, uniéndose a los condenados a galeras, dirigidos allí por el duque de Lafões.
EN LA SALA DOS CONTOS
Tras ser detenido en Brasil por bigamia, hicieron traer a este carpintero a Portugal para ser juzgado. Fue capturado y encarcelado en el Palacio de la Inquisición, donde esperaba la decisión de la corte. Después del terremoto, cuenta:
La tierra tembló. Fuerte. Y no una, sino tres veces. Es difícil saber cuánto tiempo duró el terremoto en esta diminuta celda, pero creí que nunca acabaría. Las paredes se vinieron abajo… y sin darme cuenta me convertí en un hombre libre. Dudaba si saltar a la calle debido al fuego arrasador, aunque sabía que quedarme en mi celda significaba morir aplastado. Tenía que arriesgarme. Salí a la ciudad para buscar ropa y mezclarme con los supervivientes. Vi que algunos hombres robaban entre los escombros de las casas, se llevaban el oro y la plata, a veces incluso de los mismos cadáveres. La tentación era fuerte… Pero enseguida llegaron los guardias para atrapar a los ladrones. Durante los días siguientes, fueron ahorcados un total de 34 bandidos (de Portugal y de toda Europa). Sus cuerpos permanecieron colgando, en lo alto de la horca, pudriéndose... Algunos otros tuvieron suerte, ya que solo fueron forzados a limpiar los escombros.
Los retratos de las costumbres libertinas del nuevo mundo estaban aún presentes a lo largo del siglo xviii. Muchos funcionarios de la Corona denunciaban la dificultad de adaptación a una tierra en la que se toleraban todo tipo de comportamientos. No solo el caso de los artesanos en busca de oro, sino también el mito del amor libre en los campos de Brasil, siguieron alimentando la partida del reino de miles de acomodados y aventureros, incluso después de las leyes que prohibían viajar sin la autorización de la Corona. Los dragones (tropa de élite) y los militares en general, inspiraron una literatura satírica, convirtiendo al portugués en un personaje exótico en un país en construcción.
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BIBLIOGRAFÍA
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